“VOSOTROS sois la sal de la tierra... VOSOTROS sois la luz
del mundo” (Mt. 5, 13-16), nos
dijo el Señor en el Sermón de la Montaña.
El Papa
Francisco ha dicho que “cuando el cristiano no es la sal de Jesús se convierte
en un ‘cristiano de museo’ que no hace nada.
Jesús nos ha dado la sal para dar ‘sabor’ a la vida de los demás. Esta sal no es para conservarla. La sal tiene sentido si le da sabor a las
cosas. La sal que hemos recibido es para darla, para ‘saborear’, para
ofrecerla” (Homilía 23-5-13).
Entonces… ¿Cuál es la
sal que falta y que debemos dar para ‘saborear’?
El mundo está insípido
de Sabiduría Divina e intoxicado de conocimientos humanos. El mundo está insípido de valores eternos e
intoxicado de falsos valores. El mundo
está insípido de espiritualidad e intoxicado de materialismo. El mundo necesita recibir el sabor de la sal
que el cristiano puede proporcionarle y que Jesús y el Papa nos piden que
demos.
El cristiano debe darle
sabor a este mundo insípido con lo que realmente es importante, que son las
verdades y los valores eternos.
Por cierto, fijémonos
que también nos alerta el Señor de no volvernos insípidos nosotros mismos, pues
se nos puede “echar fuera”, como la
sal que no sirve.
En cambio, cuando se es
“sal”, también se es “luz”.
Continúa el Papa: “Con la ADORACION del Señor, trasciendo de mí
mismo al Señor. Y con el anuncio
evangélico, salgo de mí mismo para dar el mensaje”.
¿Qué significará esto
que ha dicho el Papa? Que no puedo ser
sal si no obtengo el sabor que me da el Señor en la oración. A eso se refiere el Papa cuando nos habla de
ADORAR al Señor. ADORAR es orar de una
manera muy especial, y sólo así puedo recibir la sal con la que voy a ‘saborizar’.
ADORAR es saber que Dios
me ha creado. Y porque me ha creado, le
pertenezco, dependo de El y me rindo a El haciendo su voluntad.
Pero si no sabemos
adorar a Dios, sucederá lo que nos dice el Papa: “la sal se quedará en el salero y nos convertiremos
en ‘cristianos de museo’".
En el Aleluya hemos
recordado que Jesucristo es “la Luz del
mundo” (Jn. 8, 12).
Porque cuando se es
“sal”, también se es “luz”. Jesucristo
es “la Luz del mundo”. Y El nos hace ser partícipes de esa
luminosidad suya, siendo nosotros resplandores de El. Así, al adorar a Dios, somos también
portadores de la Luz de Cristo, porque somos reflejo de El. Sal y luz.
Eso debemos ser.
Al llenarnos de la sal
de Jesús en la ADORACIÓN, poremos llevar la Sabiduría Divina al mundo
intoxicado de conocimientos humanos; los valores eternos al mundo intoxicado de
falsos valores; la espiritualidad al mundo intoxicado de materialismo. Eso es ser “sal”.
Al ADORAR también
podremos practicar la Caridad, siendo reflejos del Amor de Dios. Así nuestra solidaridad con los demás no será
un mero acto de filantropía humana, sino un verdadero reflejo del Amor de
Dios.
Por eso la Primera
Lectura del Profeta Isaías (Is.58, 7-10) nos habla de las obras de misericordia: dar de
comer al hambriento, dar techo a quien no lo tiene, vestir al desnudo,
etc. Practicando la caridad así -no como
un acto de filantropía humana, sino como reflejo del Amor de Dios- también
seremos luz. Nos dice Isaías que cuando
se es misericordioso y caritativo, “surge
tu luz como la aurora ... brilla tu luz en las tinieblas y tu oscuridad es como
el mediodía”.
El Salmo 111 recuerda cómo el cristiano es luz. “El
justo brilla como una luz en las tinieblas”.
Ser justo se refiere aquí a vivir ajustados a la Voluntad de
Dios. Continúa el Salmista diciendo que
el justo no vacila, está firme siempre y no teme las malas noticias, pues vive
confiado en el Señor.
Y San Pablo en la
Segunda Lectura (1 Cor. 2, 1-5) nos
muestra cómo debe ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del mundo”.
¿Qué hizo San
Pablo? El se limitó a ser portador de
Cristo, no usó discursos llenos de sabiduría humana, sino que imitó a Cristo y
habló de Cristo.
San Pablo (1 Cor. 2, 1-5) nos muestra cómo debe
ser el cristiano que desee cumplir con ser “sal de la tierra” y “luz del
mundo”. No consiste en estar llenos de
conocimientos humanos, ni mucho menos en predicar la sabiduría que fenece, que
es engañosa, que está llena de orgullo y de vanidad y que, por lo tanto, es
vacía.
San Pablo nos dice que
él se limitó a ser portador de Cristo, que no usó discursos llenos de sabiduría
humana, sino que imitó a Cristo y habló de Cristo.
Sólo así, haciendo lo
que Jesús nos pide, lo que el Papa nos recuerda, lo que San Pablo hizo, podrá el cristiano ser “sal”, dando sabor de
Dios al mundo vacío de El, y ser “luz”, iluminando al mundo con Sabiduría
Divina.
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