En el Evangelio de hoy continuamos con el Sermón de la Montaña, que comienza
con el discurso de las Bienaventuranzas.
El Sermón de la Montaña lo predicó Jesucristo en los primeros meses de
su Vida Pública y en él da la pauta de lo que sería la enseñanza que El venía a
dar. El centro de esta predicación del
Señor es el Amor y la primacía de éste sobre la Ley.
Por eso deja claramente
establecido que no ha venido a abolir la Ley antigua, sino a perfeccionarla. De allí la insistencia en decir: “Habéis
oído vosotros que se dijo a los antiguos ... Pero yo os digo: ...” Con este planteamiento, varias veces
repetido, el Señor anuncia los perfeccionamientos más fundamentales que viene a
introducir en la Nueva Ley. Estos
perfeccionamientos están basados más en el amor que en el cumplimiento de la
Ley Antigua. Y resultó que el amor
terminó siendo mucho más exigente que la
Ley que los israelitas de entonces
trataban de cumplir al pie de la letra.
Por supuesto, el
contenido de este discurso impresionó a la gente que lo escuchó, pero dice San
Mateo al final del Sermón de la Montaña que lo que más impresionó fue “su modo de enseñar, porque hablaba con
autoridad y no como los maestros de la Ley que tenían ellos” (Mt. 7, 28).
Veamos
algunos de perfeccionamientos que el Señor nos presenta como preceptos de la
Nueva Ley:
Al antiguo precepto de “No matarás”, agrega el insulto, la ira,
la agresión, el desprecio, el resentimiento contra alguien. Y explica con más detalle: “Cuando
vayas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas de que tu hermano tiene
alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a
reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda”.
Y ... ¿hacemos
esto? Cuando venimos a Misa y vamos a
comulgar ¿hemos perdonado realmente a los que nos han hecho daño? ¿Hemos pedido perdón a quien hemos ofendido? ¿Nos hemos liberado de los resentimientos
absurdos que tenemos contra los demás? Y
los llamamos absurdos, pues no hacen daño al otro, sino que terminan haciendo
más daño a quien los lleva en su corazón.
El Rito de la Paz que se
realiza justo antes de la Comunión indica precisamente esto a lo cual se
refiere el Señor. Pero … ¿nos damos
“fraternalmente” la Paz, como indica el Celebrante? En ese momento las personas que tenemos
“próximas” representan al “prójimo”, al “hermano” de que nos habla el Señor en
este pasaje. Y ese gesto no significa un
saludo banal, ni está allí para dar el pésame o las condolencias a los
familiares del difunto por el cual se está ofreciendo la Misa. Ese gesto significa algo muy concreto y
exigente: que no tenemos nada contra
nadie, que nuestro corazón está limpio de rencor, de resentimiento y que, por
tanto, puedo comunicar la Paz que Cristo nos da. Sólo así, reconciliados plenamente con el
hermano, podemos entonces comulgar y “presentar nuestra ofrenda”, en las
condiciones que el Señor nos indica.
El perdón es
difícil. Es uno de esos preceptos
exigentes que pone Jesucristo en su Ley del Amor. Si nos cuesta, pidamos esa gracia al Espíritu
Santo. Esa gracia del perdón es de las
cosas buenas que el Señor desea que le pidamos, para El dárnosla. Es bueno acostumbrarse a pedir virtudes, a
pedir cosas buenas ... y no tanta cosa
poco útil a la vida espiritual.
Otro perfeccionamiento a
la Antigua Ley que nos da Jesús se refiere a que, aunque no se materialice
algún acto que vaya contra la Ley, ya con sólo el deseo, hemos infringido la
Ley. El solo deseo de algún acto
contrario a la Ley de Dios, ya es una falta.
Por eso el que habla
contra alguien, sobre todo si es una calumnia, ya ha asesinado a ese hermano en
su corazón. También el que haya mirado a
alguien con deseo, aunque no materialice ese deseo, ya ha cometido adulterio en
su corazón.
Como vemos, la Ley Nueva
se centra también en lo íntimo de la persona, en aquellos pensamientos y deseos
nuestros que sólo Dios conoce. De allí
la importancia de la pureza de corazón, de no tener deseos escondidos, ni de
manifestar en palabras, cosas que vayan
contra el amor.
También habla el Señor
contra el divorcio y a favor de la indisolubilidad del Matrimonio
Cristiano. No es lícito divorciarse y
volverse a casar. Y basado en esto la Iglesia no permite la
recepción de la Comunión a los que se encuentran en esta situación irregular,
pero sí los invita a venir a la Santa Misa,
a orar, e inclusive a hacer obras de caridad y a participar en algunas actividades de la
Iglesia, invitándolos siempre a pedir la gracia de regularizar su situación.
Jesús nos habla también de no
jurar. Y nos dice que la cuestión es muy
sencilla: decir simplemente sí, cuando
es sí, y no, cuando es no. Así nunca
necesitaremos jurar.
Para comprender y vivir
esta Nueva Ley que Jesús nos trae es necesario que el cristiano esté abierto y
se deje penetrar de la Sabiduría Divina.
San Pablo sigue insistiendo en esto a lo largo de esta Primera Carta a los Corintios que hemos
estado leyendo estos domingos, junto con el Sermón de la Montaña.
Juzgados estos exigentes
preceptos del Señor con sabiduría humana, la cual San Pablo desecha por
completo en esta Carta, es imposible comprenderlos y cuesta mucho
aceptarlos. Pero la Sabiduría de Dios,
nos dice San Pablo, “que es misteriosa y
escondida ... fue prevista por Dios para conducirnos a la gloria”, para
llegar a disfrutar de “lo que Dios tiene
preparado para los que lo aman”. Y ¿quiénes son los que aman a Dios? Los que cumplen sus preceptos, los que siguen
su Voluntad.
Y eso que Dios tiene
preparado no lo podemos ni imaginar. Así
dice San Pablo: “ni el ojo lo ha visto, ni el oído lo ha escuchado, ni la mente del
hombre pudo siquiera haberlo imaginado”.
Esa es la descripción del Cielo que nos da San Pablo. El lo vio, y eso es lo que nos da a conocer
de lo que vio.
Por eso
hemos cantado en el Salmo: “Dichoso el que cumple la Voluntad del
Señor”. Dichoso, porque podrá llegar
a ese sitio que Dios nos tiene preparado.
En vez de pensar que los preceptos del Señor son imposibles o demasiado
difíciles, debemos orar como lo hicimos en el Salmo: “Muéstrame,
Señor, el camino de tus leyes y yo lo seguiré con cuidado. Enséñame, Señor, a cumplir tu Voluntad y a
guardarla de todo corazón”.
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