Fue el Papa Benedicto XVI quien, hace escasamente un año,
abrió el Año de la Fe y, será el Papa Francisco quien –en esta solemnidad de
Jesucristo Rey- clausure lo que, para toda la Iglesia, ha sido un revulsivo en
el seguimiento a Jesús y una forma concreta de ahondar en aquello que decimos
creer: EL CREDO.
Por ello mismo, mientras el cristiano sea cristiano y
viva en este mundo, tendrá o tendremos que aprender en un constante Año de la
Fe. Es decir; acercarnos con entusiasmo siempre nuevo a las verdades más
fundamentales de nuestra fe, a formarnos un criterio sobre las cosas del mundo y,
sobre todo, a no dejarnos confundir por un relativismo que, entre otras cosas,
amenaza con descafeinar hasta lo más sagrado. Para ello, claro está, el
testimonio será la consecuencia de ese acercamiento y conocimiento de Cristo
que, Benedicto XVI, pretendió a la hora de convocar este Año de Gracia.
1.
En esta fiesta de Cristo Rey damos culmen a este tiempo
ordinario con el que nos hemos ido sumergiendo de lleno en la vida, muerte y
resurrección de Jesús.
- ¿Lo hemos reconocido?
- ¿Hemos aceptado tantos dones de su gratuidad?
- ¿Hemos puesto nuestros corazones a su disposición?
Al igual que los
soldados puede que, también nosotros, no entendamos el lenguaje que Jesús
emplea desde la cruz. Por ello mismo, el Año de la Fe, ha tenido que contribuir
a formarnos como católicos y como cristianos. Un cristiano sin formación queda
a merced de los “listillos” del mundo.
Además, por si lo
olvidamos, el eje de todo el entramado eclesial (lejos de ser sus estructuras y
sus defectos, su grandeza o su apariencia) es Cristo. En Él, por Él y para Él
van encaminados nuestros desvelos y –sobre todo- el esfuerzo evangelizador para
que, su Evangelio, sea tomado en cuenta a la hora de reconducir este mundo un
tanto despistado o perdido.
2.
Para entender el señorío de Jesús, en este día de Cristo
Rey, es necesario contemplarlo en la
cruz. Ella nos sirve en bandeja las principales coordenadas de la forma de ser,
pensar y actuar de Jesús: amor a su pueblo cumpliendo la voluntad de Dios.
Acudamos a Cristo
cuando la fachada del mundo se derrumba; cuando los otros soberanos nos invitan
a postrarnos ante ellos perdiendo la dignidad y hasta la capacidad de ser
nosotros mismos. Ese Rey que, nació pobre, pequeño, humilde, en el silencio y
que –hoy- es exaltado en una cruz (también de madera), sin demasiado ruido
(como en Belén), humildemente (sin más riqueza que su belleza interior) nos
llama a la fidelidad.
- ¿Queremos ser
suyos?
- ¿Seremos capaces de
luchar por su reino?
- ¿No preferiremos
formar parte de ese gran batallón de los que ya no luchan, no esperan, no
creen…ni sueñan?
Fiesta de Cristo Rey.
Dios, en Navidad, descenderá desde los cielos para estar con el hombre. Hoy,
desde la cruz, nos enseña que –el camino del servicio, del amor y de la
entrega- es la mejor forma de ascender un día hasta su presencia.
- ¿Nos gusta ese
trono en forma de cruz?
- ¿Queremos reinar
con El?
Que este final del Año de la Fe nos ayude a colocar, si
es que lo hemos apartado, a Jesús en el centro de nuestra vida, de nuestra
vocación, de nuestra familia y de nuestro pensamiento.
Ya sería bueno pensar
a quiénes hemos permitido usurpar el lugar que le corresponde a Jesús en los
lugares donde educamos a nuestros hijos, disfrutan nuestros jóvenes, se forman
las futuras generaciones o mandan nuestros dignatarios.
¡Qué bueno sería
desterrar a tan nefastos reyes!
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