REFLEXIÓN DEL DOMINGO XXXII TO CICLO C
1.- Al final del tiempo la muerte será vencida. Será el último enemigo de Jesús en desaparecer. La muerte es solo una circunstancia física. El espíritu no desaparece. Si Cristo fue la voz del Dios y el rostro visible del Dios invisible, comunicó, asimismo, la permanencia del espíritu de los hombres al afirmar que Dios lo era de vivos y no de muertos. Sus contemporáneos en el judaísmo no creían en esa permanencia constante de lo espiritual y con la desaparición del cuerpo todo se acababa. Algunos creían en la resurrección, pero no así los saduceos que solo contemplaban la relación con Dios en la vida física.
2.- Jesús va a repetir durante toda su enseñanza esa condición de vida permanente y la existencia del mundo futuro. Para nosotros es una esperanza total y una ganancia frente a la idea de la muerte con final total y definitivo. La singularidad emocionante de esta doctrina lleva a la Iglesia a fomentar la doctrina de la Comunión de los Santos pieza angular de nuestra fe y que reúne para siempre --y de manera activa-- a todos los fieles de cualquier época. En la Comunión de los Santos está presente ese Dios de vivos del que habla Jesús. Es subyugante, por otro lado, las "pistas" que da Cristo sobre el cambio tras la resurrección. Define el cuerpo glorioso y lo aproxima a los ángeles.
3.- El primogénito entre los resucitados fue Jesús y toda la trayectoria de sus seguidores cambio cuando lo vieron transformado. San Pablo alude a la Resurrección como elemento básico --sine qua non-- de nuestra fe. Hoy, tal vez, muchos de los creyentes de hoy se estén aproximando a los saduceos bajo la idea de que niegan ese fenómeno transcendente y transcendental para incidir más en una necesidad de acción social que niega el camino futuro del espíritu. Y esto es grave. Defendemos la acción social fuerte de los cristianos a favor de los pobres, de los débiles, de los marginados, pero en ningún caso podemos limitar la acción del cristianismo en su sentido de portador de eternidad.
4.- Será la oración constante la que nos acerque y nos familiarice con el mundo espiritual. Insistimos en que son muy atractivas y elogiables esas vidas que se entregan al cuidado de los demás, pero no pueden olvidar que es Dios quienes les da la fuerza para convertir su esfuerzo en un camino sin final terrestre y que transcenderá por los siglos de los siglos. A veces pensar en el mundo futuro produce vértigo. Incluso, nos sentimos cómodos en nuestra vida terrena. Es como quien se acostumbra a su pequeña celda y desprecia el amplio campo. La celda tiene su importancia, pero en la línea del horizonte está nuestra meta espiritual. Dios es un Dios de vivos y reinará, un día, sobre vivos permanentes, bellos, perfectos y felices.
5.- Cuando se es joven, o se tiene buena salud, el fenómeno de la muerte parece algo muy lejano. Tal vez, la desaparición de un ser querido nos acerca más a la muerte. Más adelante, cuando los años pasan la mayor posibilidad de que se termine el tiempo de estancia en este mundo, nos abrirá una mayor cercanía o familiaridad con ese hecho. Dicha familiaridad no tiene que ser "cordial" e, incluso, tal cercanía puede estar rodeada de espanto. Si, además, se está lejos de cualquier planteamiento trascendente, la muerte es como un final absoluto de terribles consecuencias. Pero, si por el contrario, estamos cerca de Dios, comenzaríamos a entender que es solo un paso hacia otro tipo de vida. De todas formas, debemos ser respetuosos con estos temas. Nadie sabe, con exactitud, como es el tránsito. Y por ello, ni podemos condenar a la inquietud permanente a quienes no tienen fe, ni tampoco nosotros podemos estar seguros de que los momentos del paso de la vida que conocemos a la otra que no hemos visto todavía, vayan a ser fáciles.
6.- El Evangelio de este domingo sitúa la gran esperanza que nos da Jesús respecto al mundo futuro. Seremos como ángeles y es una promesa fehaciente que abre todo un camino de esperanza. Y por ello, parece que nuestro comentario solo puede incidir en la aceptación de la muerte como un tránsito hacia una vida mejor. A la postre será, como en muchas otras cosas nuestras, Cristo el camino, la verdad y la vida. Y a partir de la Resurrección de Jesús se produce otra promesa: moriremos pero resucitaremos. Y cuando se produzca esa nueva situación nuestro cuerpo glorioso nos hará parecidos a los ángeles. La promesa del Señor está clara. Y ante ella la muerte no nos debe asustar.
7.- No es posible además evitar el comentario de la muerte o dejarlo oculto "para no molestar". Nos va a llegar a todos y nuestra esperanza está en el paso a una vida mejor. Pero hay, como decíamos, una promesa de permanencia absoluta en el tiempo y el espacio que nos trae la resurrección y nuestra transformación gloriosa. Tal vez, algunos de nosotros no seamos capaces todavía de pensar en dicha transformación, pero algunos ancianos con fe, saben que su cuerpo deteriorado será un día como el de los ángeles, pleno de belleza. La vida que nos ofrece Jesús de Nazaret no termina con la destrucción del cuerpo. Es una vida eterna en un ámbito pleno de luz, con un cuerpo glorioso y en presencia del rostro del Señor. Nuestra esperanza está en ver la faz luminosa de Nuestro Señor Jesús.
8.- "El Señor, que es fiel, os dará fuerzas y os librará del Malo". San Pablo en la Carta a los Tesalonicenses consigna esta frase que nos anuncia el ámbito de la maldad espiritual. El Malo es el Demonio. La maldad puede existir en el corazón de los hombres y de las mujeres. Pero existe un terrible, constante e incansable tentador que procurará elevar ese mal que reside en la condición humana –y producto del pecado original—hasta niveles inhumanos, verdaderamente demoniacos. Esa posición maligna quiere engañarnos y separarnos del camino amistoso de Dios. La mentira y el engaño son los instrumentos más usados por el Malo y es obvio que en su vademécum de falsas verdades hay mucha materialidad errónea respecto a la virtud alejada de Dios. No podemos obviar lo espiritual, es nuestro futuro inmediato. Pero tenemos la promesa de Jesús de Nazaret que Dios Padre nunca permitirá que el ataque del Malo supere nuestras fuerzas, nuestra capacidad objetiva de resistencia. Otra cosa es que nosotros levantemos la barrera y le dejemos pasar. Y una idea –un poco egoísta y taimada—sobre que no nos interesa hacer caso del Maligno es que siempre engaña. Ni siquiera nos da los placeres que nos ofrece. Todo es un engaño. Una mentira permanente. Un engaño absurdo y traicionero. Nada de lo que nos ofrece existe…
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