El Obispo de
Cartagena invita a
los fieles a
celebrar el día de
Todos los Santos
Con motivo de la festividad de Todos los Santos, a celebrar mañana, 1 de noviembre, el Obispo de la Diócesis de Cartagena, Mons. José Manuel Lorca Planes, presidirá la celebración de la Eucaristía que tendrá lugar a las 12:00 horas en el Cementerio de Nuestro Padre Jesús de Murcia.
El Sr. Obispo invita a todos los fieles de la Diócesis de Cartagena a celebrar este día por todos los salvados que forman la Jerusalén celeste, viendo en la muerte la esperanza de la resurrección, “será una maravilla esperar la resurrección de la carne, volver a encontrar a los seres queridos, todo gracias a la bondad y misericordia de Dios”.
Sobre la fiesta de Halloween, el Sr. Obispo asegura que siente “mucha pena cuando veo el empeño en potenciar esa costumbre de Halloween entre los niños y jóvenes; pero mi asombro es mayor cuando se hace en colegios de inspiración cristiana”. Mons. Lorca Planes invita a padres y educadores a que no cambien “por la luz en una calabaza hueca, la alegría de un cristiano que se reconoce dichoso y feliz”.
CARTA DEL SEÑOR OBISPO
Día de Todos los Santos
Los santos que la liturgia celebra en esta solemnidad son todos los salvados que forman
la Jerusalén celeste, los que en su vida terrena han sido fieles al amor de Dios, a la
coherencia de vida con el Evangelio, los que han sabido vivir la caridad. Hablando de los
santos, San Bernardo decía: No seamos perezosos en imitar a quienes estamos felices de
celebrar. De nuevo se nos ofrece una oportunidad para fiarnos de Dios, como testigos de
una esperanza viva y posible. La santidad está al alcance de tu mano, no es un lujo, sino
una necesidad.
Personalmente siento mucha pena cuando veo el empeño en potenciar esa costumbre de
Halloween entre los niños y jóvenes; pero mi asombro es mayor cuando se hace en
colegios de inspiración cristiana. Que la “fiesta” de los disfraces de calaveras y calabazas,
donde la gente se viste de muertos y de monstruos y piden “trato o truco”, como
diversión, trate de quitarle protagonismo a la fuerza que tienen los valores humanos y
cristianos, donde se construye una persona, me da pena. Invitaría a los padres y
educadores a que no cambien, por la luz en una calabaza hueca, la alegría de un cristiano
que se reconoce dichoso y feliz, aunque sea pobre, aunque le falte justicia a su alrededor
o tenga que luchar por mantener el corazón limpio y trabaje para que la paz no brille por
su ausencia. El cristiano tiene la seguridad de que Dios no le abandona y de que no hay
otra fuente de alegría mayor que la de Dios.
Los cristianos no miramos el futuro con temor, porque la fe nos mantiene en pie,
conocemos el rostro de Dios, por eso seguimos “lavando y blanqueando nuestras
vestiduras”, que tantas veces el pecado mancha. La santidad no reside en las manos, sino
en el corazón; no se decide fuera, sino dentro del hombre, y se resume en la caridad. Los
mediadores de la santidad de Dios ya no son lugares (el templo de Jerusalén o el monte
de las Bienaventuranzas), no son los ritos, objetos y leyes, sino una persona, Jesucristo.
En Jesucristo está la santidad misma de Dios que nos llega en persona. La santidad es
ante todo un don, una gracia. Esta es nuestra meta y nos sentimos felices de pertenecer a
Cristo más que a nosotros mismos, porque le hemos costado muy caro, a precio de
sangre.
La Iglesia terrena se alegra en esta fiesta en honor de la Iglesia del cielo, al celebrar el
recuerdo de todos estos hombres y mujeres, anónimos en su inmensa mayoría, pero es
también un estímulo para seguir peregrinando, seguir caminando alegres, guiados por la
fe y gozosos por la gloria de los mejores hijos de la Iglesia; en ellos encontramos ejemplo
y ayuda en nuestra debilidad. Será una maravilla esperar la resurrección de la carne,
volver a encontrar a los seres queridos, todo gracias a la bondad y misericordia de Dios.
Pero para eso no basta ser buenos, hay que querer ser santos.
Dios es el Único santo, es la fuente de toda santidad, Él ha sido el que nos ha regalado la
filiación divina en el día de nuestro Bautismo, somos de su familia, porque nos ha hecho
hijos, ¿cómo no conocer a nuestro Padre?, ¿cómo no fiarnos de Él? A la fiesta a la que
nos invita el Señor es a revestirnos de misericordia, de mansedumbre, a tener hambre y
sed, a no tener miedo, a creer que el amor de Dios puede triunfar en el propio corazón.
Sólo existe una tristeza: la de no ser santos.
+ José Manuel Lorca Planes
Obispo de Cartagena
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