En la cuarta semana de
Adviento se nos prepara para reconocer la presencia de Dios en medio de
nosotros, Dios está adelantado los acontecimientos y motivando a su pueblo para
que nos preparemos bien para las fiestas de la Navidad. El Señor tiene interés en
que sepamos acertar en la decisión, por eso se adelanta y da las señales, como
ha hecho siempre: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pondrá por
nombre Dios con nosotros. Que este año, nadie pase de largo sobre este
acontecimiento tan grande y nos dediquemos a mirar para otro lado y que la
flojera espiritual nos paralice. Me duele mucho pensar en las palabras de
Jesús: “Cuando el Hijo del Hombre venga, ¿encontrará la fe sobre la tierra?”
(Lc 18,8). El Papa Francisco, en la Exhortación sobre “La alegría del
Evangelio”, denuncia la tentación de la acedía paralizante y nos advierte
contra las actividades mal vividas, sin motivaciones y sin una espiritualidad
que impregne la acción y la haga deseable, llegando a desgastar la fe y a
convertirla en mezquindad.
Debemos despertar de
nuestras rutinas y cansancios, ponernos en camino, remar mar adentro, tal como
nos pide el Señor, para anunciar el Evangelio, que el mundo tiene hambre de
Dios, aunque lo niegue, el mundo necesita a Dios para ser más humano y
reconocer a su Creador. Esta es una aventura para valientes y nos costará
sacrificios, esfuerzos, persecuciones…, pero no hay que temer, que por delante
va el Señor y nos da la fuerza de su Espíritu Santo. A nadie le es lícito
permanecer ocioso, con los brazos cruzados, será necesario participar en la
tarea evangelizadora y llevar la Luz de Cristo, aunque sabemos que a las
tinieblas no le gusta la luz, pero nosotros no podemos renunciar a nuestra
condición de testigos de la Luz, porque sabemos que quien salvará a su pueblo
es Jesús, Luz y Vida.
Nos debemos preparar
bien, con determinación, y esperar al Señor en estos días, deseando el
encuentro con Él, salir a su encuentro, porque viene el Rey de la Gloria. Al
Señor hay que esperarle con manos inocentes y puro corazón, por eso conviene
participar en estos días de la celebración del Sacramento de la Penitencia y
alcanzar su misericordia y su perdón, vaciando nuestro interior de todo lo
superfluo y vano, hacerle sitio habiendo apostado por sanar las heridas de
nuestras relaciones con los otros, de construir puentes y estrechar lazos para
aprender a ayudarnos a llevar las cargas.
Que el ejemplo de la Santísima Virgen María nos ayude a tomar la
decisión de abrirle al Señor a penas venga y llame, o mejor, salgamos a su
encuentro pacificando nuestro interior. Recordemos que la Virgen vivió con gozo
el primer Adviento verdadero de la historia. Dios os bendiga
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